El
discurso argumentativo se basa en persuadir o llegar a un acuerdo con
interlocutores mediante propuestas válidas y certeras. Por discurso se refiere
a una combinación de enunciados en un contexto de enunciación concreto, que se
constituye en la práctica social.
Algunos
de los campos en los que se aplica son el periodismo, la política, la
publicidad y la justicia. Domina lo verosímil, lo probable, relacionado con
razonamientos cotidianos y las ciencias humanas.
Sus
mitos fundadores se remontan al siglo V a.C. en Sicilia, cuando Corax y Tisias
compusieron el primer método razonado al realizar una serie de juicios contra
los tiranos que dominaban el lugar. Ellos demostraron que todo lo que es hecho
con palabras puede ser deshecho con palabras.
Entre
el siglo V y principios del IV a.C. aparecieron los sofistas, que desarrollaron
en Atenas las enseñanzas de Corax y Tisias. Protágoras trabajó en el concepto
de la antítesis, la técnica de la contradicción que es posible por la opinabilidad
de las cuestiones humanas. También sostiene que la excelencia del decir tiene
un gran efecto en los discursos.
Platón
condena esta retórica, la entiende como un ejercicio formal de persuasión, un
artificio y un engaño. Para él, la certidumbre de la verdad predomina sobre la
mutabilidad de lo opinable.
Argumentamos
para convencer a otros de la justeza de nuestras proposiciones, y lo hacemos
hablando (o escribiendo). Nos apoyamos para eso en un argumento, un enunciado
aceptado, para llegar a una conclusión, un enunciado menos aceptado. Interviene
la racionalidad, no la fuerza ni la seducción. El hablante hará manifestaciones
racionales cuando la validez de su enunciado sea susceptible de crítica y de
ser refutado. Se está en el terreno de las opiniones, no de las verdades
absolutas.
La
situación de argumentación consta de un agente que actúa para modificar las
disposiciones de un sujeto con respecto a una tesis. Esta está referida a un
campo problemático. El conjunto de medios son los argumentos. Existen
condiciones para esta situación:
·
Que el otro no comparta las convicciones de uno.
·
Que el otro tenga la competencia para comprender, y la
capacidad de pensar.
·
Que el que argumenta crea en lo que argumenta: no puede
mentir ni engañar.
Es
importante el diagnóstico correcto del auditorio al que se intenta convencer.
El argumentador imagina posibles objeciones a lo que sostiene, por lo que
siempre existe un diálogo, aunque se realice por escrito. También debe cumplirse
con condiciones de legitimidad.
El
proceso retórico para Aristóteles tiene cinco momentos: la inventio, la
dispositio, la elocutio, la memoria y la actio.
La
inventio es la búsqueda de los argumentos adecuados para hacer plausible una
tesis. De ella parten dos líneas: una lógica, que tiende a convencer (con
pruebas), y una psicológica, que tiende a emocionar (en consideración de las
características y sentimientos del auditorio). Las pueden ser técnicas y
extra-técnicas. Las extra-técnicas están en el afuera, el orador solo puede
elegir si esconderlas o resaltarlas. Las técnicas surgen por el razonamiento
del orador, inductivo (generalización) o deductivo (argumentos). La pieza
maestra de los argumentos es el entimema, un silogismo incompleto, ya que la
parte faltante se considera obvia, un presupuesto, acuerdo básico, premisa.
Hay
un lugar, la Tópica, de donde pueden extraerse los argumentos, ya que no pueden
crearse de la nada. Esta es una red de formas vacías por la cual el orador
pasea el tema, como por ejemplo ¿quién? ¿Qué? ¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo?
Los lugares comunes pueden utilizarse para temas de cualquier campo del saber,
mientras que los lugares propios son para disciplinas particulares.
Perelman
y Olbrechts-Tyteca proponen los siguientes lugares: de la cantidad (algo vale
más por razones cuantitativas), de la cualidad (exalta el valor de lo único, de
lo original), del orden (preminencia de las causas, de los principios, o del
fin y objetivos), de lo existente (lo que existe tiene más valor que lo posible
y lo probable), y de la esencia (reconocimiento de un individuo que reúne en sí
todas la características requeridas del tipo que representa).
La
dispositio es el orden de las partes del discurso, y es un acto creativo.
Distintos órdenes implican nuevos sentidos. Tiene cuatro fragmentos, la
narratio y la confirmatio (carácter demostrativo), y el exordio y el epílogo
(carácter pasional). El exordio y el epílogo son de comienzo y clausura.
Cualquier punto en el que se decida empezar o terminar es arbitrario.
El
exordio tiene dos instancias, la captatio benevolentiae trata de captar la
benevolencia del auditorio. Depende de la relación entre la causa y la doxa,
que está determinada históricamente. La otra es la partitio, en la cual se
anuncian las partes del discurso.
En
el epílogo se clausura. Se retoman los argumentos, se cierran, se resumen, se
concluyen los puntos de la argumentación. Su cierre debe permanecer en la
memoria del auditorio.
La
narratio corresponde al relato de los hechos presentes en la causa. Es una
preparación de los argumentos que se han de exponer. Debe ser breve, clara y
verosímil. Tiene dos ejes, el de los acontecimientos y el de las descripciones.
La
confirmatio completa la parte demostrativa. El orden de los argumentos tiene fuerza
argumentativa. La retórica aristotélica presenta tres modelos: orden creciente,
decreciente y homérico o nestoriano. Deben ser las exigencias de la adecuación
al auditorio las que guíen el orden del discurso.
La
elocutio consiste en poner palabras a los argumentos, conferir una forma lingüística
a las ideas. El mismo contenido no es
idéntico a sí mismo cuando se presenta en forma distinta. Cicerón enumera
cuatro virtudes de la expresión: que el discurso sea apto (acorde a la
situación y las reglas), corrección léxica y gramatical, claridad y belleza. Las
figuras son modos de expresión que salen de lo normal y que llaman la atención
e incrementan la fuerza persuasiva.