Era
un domingo de julio, a las once de la noche. Celia estaba de visita en la casa
de su tío Rubén, solamente por dos semanas. Todos los años se permitía una
escapadita de la rutina para pasar tiempo con su familia santafesina. La señora
y las nenas estaban durmiendo, solamente estaban ellos dos en el living. Celia
apretó tantas veces el botón para cambiar de canal que se le cansó el dedo y se
dio por vencida.
—No
hay nada para ver en la tele —declaró, acompañando el comentario con un
breve suspiro, y dejó el control remoto en el sillón. Se dio la vuelta para ver
lo que estaba haciendo su tío, quien se encontraba llenando un vaso con un
licor de color anaranjado—. ¿Qué es eso?
—¿Querés
probar? —respondió Rubén, sin contestar aún su pregunta.
La
joven no tardó mucho en levantarse de donde estaba para darle una oportunidad
al trago. Arrugó la nariz después de beber, claramente no le había fascinado.
—Es
amargo —critica.
—Bueno,
está hecho con naranjas amargas… —explica el mayor mientras observa la
botella. Por un segundo siente que se transporta décadas atrás, a cuando “los
tiempos eran mejores”, como él siempre decía, y se sentaba con su abuelo junto
al fuego todas las tardecitas de invierno mientras este tomaba Hesperidina, y
este recuerdo le provoca una sonrisa.
Celia
no tardó mucho en reconocer esa expresión: se venía una de las famosas historias
de su tío, así que se sentó junto a él, al lado de la barra de licores, preparando
los oídos para la charla que se venía.
—Cuando
yo era muy chico mi abuelo me contó esta historia, que para mí es muy
interesante, y ¿quién sabe? Quizás algún día se la vas a contar a tus hijos —empezó
a decir (y esto efectivamente iba a suceder, pero no nos adelantemos)—. Todo comenzó una mañana de octubre del año
1864, ¡qué época! Cuando los vecinos de Buenos Aires se despertaron y vieron
toda la ciudad pintada de naranja, con carteles que decían “se viene
Hesperidina”. Imaginate vos la emoción
de esta gente, porque en ese tiempo serían unos cien mil habitantes nomás, y estas
cosas no eran muy comunes. Antes de la gran revelación, todos estaban
especulando teorías de qué podía ser esta cosa que se venía… no fue hasta el 24
de diciembre que salió un artículo en el diario local, anunciando el inicio de
la comercialización de esta bebida. A pesar de todas las expectativas, nadie
sabía que esta iba a tener el monstruoso éxito que tuvo, y menos que se iba a
convertir en la primera marca registrada de la Argentina, pero esperá, me estoy
adelantando.
Rubén
hizo una breve pausa para rellenar su vaso. Se lo ofreció una vez más a su
sobrina, pero esta negó con la cabeza.
—¿Te
imaginas la cantidad de demanda que tuvieron? Además, no sólo se utilizaba como
bebida alcohólica, era un digestivo, un producto farmacéutico. Y con la guerra
del Paraguay, ¡uf! Hasta eso les sirvió comercialmente. Y encima, fue la primera
bebida aprobada socialmente para que las mujeres consumieran en público, porque
viste que en esa época no se concebía que estén tomando alcohol fuera de sus
casas.
Celia
rodó los ojos ante aquel comentario.
—Cuestión
que el creador de todo esto fue Bagley, que seguro lo conoces. Él se vino de
Estados Unidos a Buenos Aires de muy joven, y trabajó en una farmacia que se
llamaba “La Estrella”, que todavía existe, y bueno, al cabo de unos años creó
la fórmula de la Hesperidina. Pero eso no es todo, con tanto éxito comenzaron a
llegar problemas…
Ambos
se distrajeron con la fuerte brisa que inundó la sala. El ruido comenzaba a
dificultar la historia, sin mencionar el frío tan cruel de esa noche invernal.
Rubén se puso de pie y se dirijo a la ventana, que siempre quedaba mal cerrada
si no conocías el truquito para trabarla, como decía él. Tuvo que empujarla con
fuerza ya que el viento parecía estar determinado a entrar, hasta que
finalmente logró poner la traba. Volvió al lugar junto a su sobrina mientras se
frotaba las manos para calentarse.
—Ahora
sí, ¿qué te estaba diciendo?
—Que
hubo problemas.
—Ah,
sí, bueno, te podes imaginar que cuando un producto tiene tanto éxito, la gente
va a querer aprovecharse, entonces empezaron las imitaciones. Bagley empezó
toda una lucha para que se sancionaran las leyes de marca en Argentina, se
decía que era muy amigo del presidente Nicolás Avellaneda. Y lo logró, en el ’76
Hesperidina se convirtió en la primera marca registrada del país. Pero no sólo
hizo eso, también mandaba a hacer las etiquetas a Estados Unidos, a la empresa
que hacía los dólares, para que la gente pueda identificar las botellas
originales de las imitaciones. Además, dividió la fórmula en dos partes: dos
personas eran responsables de cada una de ellas, y ninguna conocía a la otra.
La compra de los ingredientes era toda una misión incógnita: siempre en
efectivo, sin factura, en distinta época, con distinta ropa, sin hablar con
nadie.
Esto
último le causó gracia a Celia, y veinte años más tarde le seguía pareciendo
gracioso.
—¡Parece
una película de espías! —comentó la hija menor de Celia, que estaba
disfrutando de la historia justo como ella la había disfrutado alguna vez.
—¿Viste
que sí? Y eso no es todo, dice la leyenda que estas dos personas se hicieron muy
amigas, pero nunca, jamás, jamás de los jamases, se revelaron la otra parte de
la fórmula.
Mientras
concluía el cuento, una brisa de viento entró por la ventana. Por un segundo,
sintió que se transportaba décadas atrás, cuando los tiempos eran mejores,
cuando su tío le contaba esta historia una noche de invierno en su casita de
Santa Fe, y este recuerdo le provoca una sonrisa.
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