Tuesday, June 9, 2020

Crónica: salida de casa


Mi mamá me preguntó por enésima vez si no quería ponerme otro abrigo antes de salir de casa. Ella estaba buscando sus llaves por todos lados y yo estaba en la puerta, esperando impacientemente que pudiéramos irnos. Treinta minutos antes me había advertido que estuviera lista a tiempo, ya que tengo la mala fama de ser impuntual.
Me aseguré de que tuviera el barbijo en el bolsillo. En mi ciudad, que es pequeña, no se requiere llevarlo por la calle pero sí cuando se entra a los negocios. Recorrimos alrededor de quince cuadras hasta llegar al supermercado. Acá las cuadras son casi la mitad que las de Buenos Aires, así que supongan unas siete cuadras. En el camino me quejé de que mis zapatillas eran muy chillonas comparadas con lo que tenía puesto, porque había dejado casi todas en Buenos Aires, sin saber que la cuarentena se iba a extender tanto tiempo. Las calles estaban frías y casi vacías.
Cuando llegamos, nos encontramos con un cartel que decía que sólo podía entrar una persona por compra. A mí no me gusta para nada hacer las compras, pero mi mamá insistió en que entrara yo, ya que ella tenía una lista específica de cosas que necesitaba y yo, como siempre, tenía que recorrer todo para decidir lo que quería. Me puse el barbijo y entré, mirando con curiosidad el lugar porque todo parece raro en este momento. Busqué las cosas que necesitaba mi mamá: jabón, más jabón y mermelada para mi abuela. No es un detalle muy importante pero mi abuela quería mermelada de naranja o de ciruela (¿qué?), y compré de naranja porque las de ciruela estaban en una posición rara y me daba miedo que se caigan, con la mala suerte que tengo.
Terminé llevando un par de galletitas para mí y esperé pacientemente en la fila de la caja. El supermercado era grande pero sólo dos cajas estaban funcionando. Me sentí un poco nerviosa mientras esperaba, como si el cajero me fuera a llamar la atención por violar alguna norma de sanidad. No lo estaba haciendo, pero en estos tiempos todos nos sentimos un poco perseguidos. No tardé mucho en salir del lugar, y nuevamente nos dirigimos hacia mi casa. Noté que con tanto árbol en mi ciudad es muy difícil ser alta, hay que agacharse como tres veces por cuadra. Mi mamá se quejó un poco de tal cosa y de tal otra en el camino, un poco de chismes, un poco de política, un poco de desacuerdos y ya habíamos llegado. Tardamos más o menos una hora en ir y volver, dijo el reloj. Qué cortita mi escapada de la cuarentena.

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