Mi
mamá me preguntó por enésima vez si no quería ponerme otro abrigo antes de
salir de casa. Ella estaba buscando sus llaves por todos lados y yo estaba en
la puerta, esperando impacientemente que pudiéramos irnos. Treinta minutos antes
me había advertido que estuviera lista a tiempo, ya que tengo la mala fama de
ser impuntual.
Me
aseguré de que tuviera el barbijo en el bolsillo. En mi ciudad, que es pequeña,
no se requiere llevarlo por la calle pero sí cuando se entra a los negocios.
Recorrimos alrededor de quince cuadras hasta llegar al supermercado. Acá las
cuadras son casi la mitad que las de Buenos Aires, así que supongan unas siete
cuadras. En el camino me quejé de que mis zapatillas eran muy chillonas
comparadas con lo que tenía puesto, porque había dejado casi todas en Buenos
Aires, sin saber que la cuarentena se iba a extender tanto tiempo. Las calles
estaban frías y casi vacías.
Cuando
llegamos, nos encontramos con un cartel que decía que sólo podía entrar una
persona por compra. A mí no me gusta para nada hacer las compras, pero mi mamá
insistió en que entrara yo, ya que ella tenía una lista específica de cosas que
necesitaba y yo, como siempre, tenía que recorrer todo para decidir lo que
quería. Me puse el barbijo y entré, mirando con curiosidad el lugar porque todo
parece raro en este momento. Busqué las cosas que necesitaba mi mamá: jabón,
más jabón y mermelada para mi abuela. No es un detalle muy importante pero mi
abuela quería mermelada de naranja o de ciruela (¿qué?), y compré de naranja
porque las de ciruela estaban en una posición rara y me daba miedo que se
caigan, con la mala suerte que tengo.
Terminé
llevando un par de galletitas para mí y esperé pacientemente en la fila de la
caja. El supermercado era grande pero sólo dos cajas estaban funcionando. Me
sentí un poco nerviosa mientras esperaba, como si el cajero me fuera a llamar
la atención por violar alguna norma de sanidad. No lo estaba haciendo, pero en
estos tiempos todos nos sentimos un poco perseguidos. No tardé mucho en salir
del lugar, y nuevamente nos dirigimos hacia mi casa. Noté que con tanto árbol
en mi ciudad es muy difícil ser alta, hay que agacharse como tres veces por
cuadra. Mi mamá se quejó un poco de tal cosa y de tal otra en el camino, un poco
de chismes, un poco de política, un poco de desacuerdos y ya habíamos llegado.
Tardamos más o menos una hora en ir y volver, dijo el reloj. Qué cortita mi
escapada de la cuarentena.
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