Lavand: hace numerosas pausas pequeñas
entre oraciones, y unas más largas de vez en cuando, logrando un efecto de
suspenso. Mira al público constantemente, juega con sus manos y con los objetos
en su poder mientras está hablando. Realiza varias reflexiones filosóficas en
medio de sus anécdotas, algunas propias y algunas ajenas, pero relata ambas con
la misma pasión. No sólo impresiona con sus habilidades narrativas, sino
también en las áreas de la poesía y el ilusionismo. Se pone de pie cada vez que
concluye un relato, agradece, y vuelve a sentarse al cabo de un rato. Está muy
metido en un personaje serio, pero que no carece de emoción y carisma: el
público está encantado con su espectáculo y él claramente sabe cómo lograr ese
efecto en ellos.
Dolina: en este caso, las cosas son
bastante distintas ya que no contamos con una imagen, y por lo tanto no puede
hacer uso de gestos visuales, obligándonos a prestar más atención a las cosas
que no podemos ver. Cuando habla de algo explica su contexto histórico,
político y social, empezando de manera seria, con datos verídicos, e incluyendo
de manera inesperada comentarios humorísticos al respecto. Hace menos pausas que
el narrador nombrado anteriormente, y habla con más rapidez y de una forma
mucho más casual y cotidiana, como una persona cualquiera que está contando una
anécdota. De vez en cuando usa un vocabulario vulgar, que interrumpe un poco su
relato. La manera que tiene de contar las cosas hace que no estés seguro de si
creerle o no, ya que su falta de seriedad te hace dudar de qué es verdad y qué
es invento. Al citar las tan esperadas traducciones mencionadas en la historia
de Li Po, realiza un cambio de tono de voz, metiéndose en un personaje
completamente distinto. Cada tanto, realiza comentarios cómicos que no tienen
nada que ver con la historia que está compartiendo.
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